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Marruecos: Tan próxima, tan exótica y tan desconocida

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Ricardo González Cámpora y Concepción Otal Salaverri 

Comenzamos un viaje pensando que íbamos a visitar un país vecino con estereotipos muy marcados, influenciados especialmente por la religión y la pobreza, y nos encontramos con un país en franco desarrollo, con una clase media creciente que trata de superar los atavismos propios, pero que mantiene, a su vez, en una gran parte de la población, sus costumbres ancestrales.  

Aunque la mayoría de grupo comenzó el viaje en el aeropuerto de Jerez a las 5 de la mañana, este quedó finalmente constituido en el aeropuerto de Madrid, en la puerta de embarque S24 de la terminal 4, con la adición de compañeros procedentes de Granada y Sevilla. En total, éramos 12, un grupo pequeño pero muy cohesivo, ya que la mayoría nos conocíamos de experiencias anteriores.  

Partimos de Madrid a la hora prevista (10,10h), sin retrasos, y tras 2 horas aproximadas de vuelo llegamos al aeropuerto de Marrakech. Cuando ya nos estábamos acercando nos llamó mucho la atención las dimensiones de la ciudad y el color uniformes de sus edificios, ese color marrón-rojo característico, que le ha dado el nombre a la ciudad de “ciudad roja”. Una vez que el avión aterrizó y pasamos los controles policiales pertinentes, nos esperaba nuestro guía Yousef, que nos condujo al Hotel ADAM PARK.  

A la entrada del hotel nos dieron la bienvenida en el hall con un té con menta y una vez hecha la distribución de las habitaciones, tomamos el almuerzo en la terraza.  

Nuestro tour por la ciudad comenzó con una visita panorámica por sus tres barrios: Hivernage, o barrio residencial, construido durante la ocupación francesa, y donde se encuentran numerosas mansiones con amplias avenidas y jardines, a la usanza occidental; el barrio comercial, que representa una zona intermedia entre el elegante barrio de Hivernage y la Medina; y el casco antiguo (Medina), que constituye la verdadera esencia de la ciudad, con sus tiendas, calles estrechas laberínticas y bullicio. Antes de entrar en la Medina, para visitar la pintoresca plaza de Jamaa el Fna, nos enseñaron de paso los jardines del Palacio Real y nos ilustraron la historia de la mezquita más famosa de la ciudad: la Mezquita Koutoubia (la mezquita de los libreros); que data del siglo XII (1158) y fue construida por el mismo arquitecto que hizo La Giralda de Sevilla. La plaza de Jamaa el Fna es el centro neurálgico de la ciudad y lugar tradicional de intercambio y venta de mercaderes de caravanas; en ella, además de numerosos puestos de comidas, expositores con frutos secos y venta de zumos de frutos, especialmente de naranjas, coinciden encantadores de serpientes, vendedores ambulantes, curanderos, dentistas, músicos, y otros personajes pintorescos, que constituyen el atractivo principal del turista.  

Después de dar un paseo por los distintos tipos de puestos nos dirigimos a la terraza del hotel-restaurante “Glaces de Maison”, para tomar una visión panorámica de la plaza y ver la espectacular puesta de sol.   

Nos retiramos después de haber escuchado al almuecín a la llamada a la cuarta oración del día (ocaso), para dirigirnos a un restaurante tradicional (Dar Zellij) en el centro de la Medina, donde degustamos una selección de entrantes de verduras con especies, el tradicional cuscús de pollo y una deliciosa pastela. 

Nuestro segundo día lo dedicamos a conocer la Medina y los monumentos principales de la ciudad.  Amaneció el día nublado, amenazando lluvia, que afortunadamente se presentó de modo tímido y fugaz. Después del desayuno nos encaminamos a visitar las tumbas Saadianas, que datan de finales del siglo XVI y albergan los enterramientos de los guerreros y sirvientes de la dinastía saadí. El edificio principal es el mausoleo, donde yace el sultán Ahmad al-Mansur y su familia. Posteriormente, nos dirigimos al Palacio Badii, que no pudimos visitar, porque estaba inesperadamente cerrado por los preparativos para la celebración de una boda. En el camino hacia el palacio de Bahía pasamos por el antiguo barrio judío (La Melaah) con sus múltiples tiendas en los soportales, callejuelas, zocos y plazas restauradas.                   

El palacio de Bahía es una edificación de finales del siglo XIX, con enormes jardines, patios interiores ajardinados y múltiples estancias con preciosos artesonados, mosaicos, techos de madera, todas ellas dispuestas alrededor de un gran patio con estanque central. Este palacio, que fue abandonado a la muerte del visir Sidi Moussa, fue recuperado por los franceses como sede principal del protectorado.  

Terminada la visita nos dirigimos por estrechas y angostas callejuelas al restaurante Ksar El Hamra donde comimos, en un patio interior con exuberante vegetación, un tallín de cordero.  

De regreso al tour por la Medina, visitamos una tienda de alfombras, donde nos enseñaron diferentes tipos y tamaños, y otra dedicada a la venta de productos naturales milagrosos (i.e. el aceite de argán); en ambas, nos dieron la bienvenida con un té. En las laberínticas callejuelas tuvimos ocasión de ver cuatro aspectos de la vida propia de La Medina: los hornos colectivos enterrados en el suelo para guisar corderos enteros, el horno de pan, el fogón para alimentar de agua caliente los baños de las mujeres con su peculiar operario, que nos brindó unas canciones, y una fonda, para albergar personas y mercancías de los viajeros de las caravanas. Estas imágenes causaron, en algunos, especial impacto ante la notable falta de higiene, que contrastaba con la pulcritud de los palacios 

                   .  

El resto de la tarde lo pasamos en el “jardín secret”, un pequeño jardín botánico con fuentes, estanques con tortugas enanas, y conducciones de agua diseñadas para su máximo aprovechamiento.  

La visita a la Medina la concluimos con una cena en un elegante restaurante típico (Palais de Soleiman), donde degustamos un tallin de pollo con aceitunas y una pastela, todo ello precedido de entrantes tradicionales. La cena fue amenizada por una pareja de músicos.  

El tercer día salimos temprano dirección del desierto de Erg Lihoudi y nos acompañó un nuevo guía (Abdalá), por problemas familiares graves de Yousef.  Tras un trayecto de 190 Km y tres horas de viaje, con paradas técnicas reglamentarias, y atravesando los vellos y fértiles valles y montañas nevadas del Alto Atlas, llegamos a la Kasbah Ait Benhaddou, declarada patrimonio de la UNESCO. 

 Para acceder a ella, tuvimos que atravesar a pie un riachuelo. Ascendidos por empinadas callejuelas, y pasadizos subterráneos, hasta lo más alto de la edificación, donde apreciamos espectaculares panorámicas del desierto y de fértiles valles con las montañas nevadas de fondo. En la actualidad, viven un número muy reducido de familias del modo tradicional y ha sido escenario de muy diversas películas: Lawrence de Arabia, Gladiator, y la Joya del Nilo, entre otras.  

Tras esta visita regresamos al poblado actual para almorzar en la terraza de un restaurante los famosos pinchos morunos y ensalada de frutas.  

El cuarto día comenzó nuestro verdadero viaje hacia el desierto y tras 170 Km de recorrido y tres horas de autobús llegamos a nuestro hotel en las afueras de la ciudad de Erfoud. Durante el camino hicimos diversas paradas técnicas y culturales. Visitamos la Kasbah Amerhidil, situada en el oasis de Skoura, que se encuentra muy bien conservada, adornada con utensilios caseros cotidianos y con huerto posterior.  Atravesamos el pueblo Kelaa M´guona, denominado también la ciudad de las flores, por su dedicación al cultivo de la rosa damasquinada, en cuyo pabellón del ayuntamiento se estaba celebrando un festival, relacionado con el cultivo y comercialización de las rosas. Nuestro guía, muy amable y comunicativo durante todo el camino, nos obsequió con un corazón hecho de rosas, que mantuvimos en el autobús hasta el final del viaje. Hicimos una parada para comer en un restaurante próximo a la ciudad de Tinghir. 

Después del almuerzo nos dirigimos a las gargantas del Todra, a través de una carretera con fértiles campos y palmerales, donde hicimos una parada para ver el precioso valle de Dades con su extenso palmeral. La garganta del Todra es un cañón rocoso con aguas claras y espectaculares paredes verticales, donde se practica la escalada.   

Posteriormente reemprendimos el camino hacia la ciudad de Erfoud; antes de llegar hicimos dos paradas dignas de mención: una, en una tienda de trajes tradicionales, donde nos vestimos a la usanza  bereber, para sacarnos unas fotografías de recuerdo y la segunda en pleno desierto rocoso, para ver las conducciones subterráneas de agua procedente de las montañas del Alto Atlas, con montículos periódicos, correspondientes a excavaciones para que la presión atmosférica contribuya al flujo del agua hacia la ciudad. Nos alojamos en un hotel en las afueras de Erfoud, en pleno desierto, denominado LE CHATEAU DU SABLE. Un establecimiento nuevo, sencillo y bonito, donde nuestro grupo se alojó en exclusividad.  

En el quinto día de excursión, nos distribuimos en tres coches todoterrenos Toyota para dirigirnos al desierto de Merzouga. Realizamos dos paradas dignas de mención; una en la ciudad de Erfoud, famosa por la producción de dátiles, yacimientos de fósiles y esqueletos de dinosauros, donde visitamos un museo-taller de fósiles, y, la otra, en el pequeño pueblo de Rissani, para ver el mausoleo de Mly Ali Chrif, fundador de la dinastía alauita y una Kasbah habitada, con su escuela. En este lugar fue donde tomamos la foto del niño montado en un burro hablando por teléfono.  

Una vez terminada la visita, subimos a los todoterrenos y emprendimos el camino hacia el desierto de arena, primero en carretera y luego a través de las dunas; el trayecto que realizamos, según nos relataban los guías, en parte, es el mismo que hacía el Rally Paris-Dakar original. La verdad es que la falta de costumbre a realizar este tipo de trayectos impresiona y cuando te encuentra en lo alto de una duna a gran velocidad, te viene a la cabeza el riesgo que supone; pero lo cierto es que los conductores eran bastante habilidosos y sabían muy bien lo que podían hacer.  

Llegamos al hotel Yasmina; un verdadero oasis en el seno de un desierto prácticamente vacío, donde sólo encontramos en el camino a un grupo de cabras y algún oasis pequeño. En el hotel, tomamos una comida ligera (ensalada, empanada de carne y fruta), descansamos un poco y disfrutamos de sus bonitos jardines. 

Pronto, proseguimos nuestro viaje a través de las dunas hacia el lugar donde nos esperaban los dromedarios.  En el camino tuvimos ocasión de visitar un pequeño oasis, donde los niños se nos acercaron para ofrecernos sus fósiles y otros productos de artesanía y, más adelante, la vivienda y su jaima, donde vivía una familia que pastoreaba unas pocas de cabras en su vecindad. Fue impactante el ver las condiciones de vida de estas personas y su amabilidad, al permitirnos entrar en sus habitaciones y compartir con nosotros el té, a cambio de unas pocas monedas. Antonio tuvo la ocasión de tratar a una chica muy joven que padecía intenso dolor de muelas, dejándole Marina parte de su botiquín de viaje.  

Pronto reemprendimos el viaje hacia el lugar donde nos estaban esperando los dromedarios. Si el viaje en coche a través de las dunas fue impactante, el paseo en dromedario, por casi una hora, por las cimas y valles de las dunas no fue menos espectacular; el temor a caernos en las bajadas de las dunas lo mantuvimos durante todo el camino, pero los comentarios simpáticos de Fali nos hacían olvidarlo.  

Llegamos al campamento y nos recibieron muy amablemente los empleados del hotel nos repartieron las jaimas, cenamos, y nos amenizó con música y bailes folclóricos el grupo Gnaoua, alrededor de una hoguera; momento inolvidable fue cuando miramos hacia arriba, al cielo, y vimos una cantidad de estrellas impresionante. Pronto caímos rendidos por el día tan ajetreado que habíamos pasado y dormimos plácidamente. La comodidad de las jaimas nos hacía olvidar que estábamos en el desierto, ya que parecían habitaciones de un hotel de 4 estrellas.  

Comenzamos el sexto día de viaje con la esperanza de poder ver el amanecer en el desierto, pero creo que todos, o casi todos, no pudimos hacerlo porque cuando salimos de las jaimas, el sol ya apuntaba bastante en el horizonte. Tras un desayuno rápido nos dirigimos a los dromedarios para emprender el regreso; en esta ocasión el viaje fue mucho más placentero, ya que si bien manteníamos la tensión controlábamos mejor la situación. El trayecto, en esta ocasión, fue discretamente menor y nos condujo donde nos estaban esperando los todoterrenos, para llevarnos hasta el punto de encuentro con nuestro autobús, que nos trasladó, tras un largo recorrido, a la ciudad de Nkoub, 

donde almorzamos en la terraza de un restaurante con vista panorámica del palmeral.  

Después de comer, reiniciamos el camino hacia el valle de Agdez, lugar de descanso de la antigua ruta de caravanas Marrakech-Tombuctú, que si bien sufrió una gran despoblación en los años 70-80 por la pertinaz sequía, en la actualidad vuelve a ser floreciente, con fértiles regadíos y numerosas construcciones de nueva planta.  Después de una breve parada en un mirador del valle, continuamos nuestro camino por el curso del rio Draa y su palmeral hacia la ciudad de Ouarzazate, con una pequeña parada para caminar por el interior del mayor palmeral de Marruecos.  

Llegamos a nuestro destino, el Hotel BERBERE PALACE en Ouarzazate, cansados, tras un trayecto de 7 horas y 360 Km. No cabe duda de que fue el día más agotador y gracias a los comentarios de nuestro guía sobre la religión (la explicación de las 5 columnas del Islán) y de las costumbres del pueblo bereber, mantuvimos la atención durante todo el trayecto. Tras un breve descanso en el hotel fuimos a cenar a un restaurante tradicional, denominado “jardín des Aromes”, donde tras una larga espera nos sirvieron la comida, después de reclamarla a nuestro guía en varias ocasiones.  

El sexto día emprendimos el camino de regreso de Marrakech, un trayecto de 200 Km por los fértiles valles del Alto Atlas y un desierto pedregoso, con profundos valles y escapadas montañas con marcada erosión. Según nos dijo el guía en esta área desértica fue donde se rodó la película de Babel, por Brad Pitt.  

Llegamos a Marrakech al mediodía y fuimos directamente a comer al restaurante Dar Moha, un restaurante típico-moderno, situado en la Medina, con un patio-recibidor con una fuente repleta de flores de muy variados colores. Este restaurante es famoso porque su chef es uno de los directores del programa de masterchef. Posteriormente nos fuimos al hotel ADAM PARK, nuestro anterior hotel en la ciudad.  

 La tarde la dedicamos a visitar los jardines de Majorelle, jardín con multitud de plantas y llamativo colorido, creado por el pintor Jacques Majorelle en 1919, y adquiridos posteriormente, en 1980, por el modisto Ives Saint Laurent; estos jardines se encuentran anexos a su casa, transformada actualmente en museo. También visitamos los jardines de la Menara con su gran estanque y sus cultivos de olivos. Como la visita la realizamos un domingo por la tarde, pudimos ver muchas reuniones familiares y de amigos comiendo en plena naturaleza.  

En esta tarde de visitas a espacios libres, advertimos el enorme respeto que tiene este pueblo a los gatos, donde prácticamente campan a su antojo y sin temor alguno que venga un perro a alterar su plácido descanso.   

Después de un breve descanso en el hotel por la noche fuimos a la cena espectáculo de Chef Alí. Un recinto enorme, convertido en una especie de “Disneyword” para turistas, con muy variados escenarios y grupos musicales. Cenamos en el interior de una jaima los platos más tradicionales: harira (sopa de verduras), cordero asado y cuscús. Tras la cena asistimos a un espectáculo de habilidades sobre caballos con cargas realizadas por jinetes bereberes.   

El séptimo día, tras el desayuno, nos dirigimos al aeropuerto para emprender el regreso a Madrid. Llegamos a Barajas a las 14,45 y tras una breve espera tomamos vuelo a nuestros lugares de procedencia; Jerez, Sevilla y Granada.  

En resumen, creemos que ha sido un viaje muy bien organizado, con una excelente selección de los lugares a visitar, guías amables, contenido formativo y de aventura, que nos ha descubierto muy diversas facetas de un pueblo que, a pesar de su proximidad, lo hemos mantenido en el olvido.   

Se han cumplido los objetivos planificados, al igual que en otras ocasiones.  

Deseosos de emprender el próximo viaje. 

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